Elizabeth Hayes
A mediados del Siglo XIX, la Hermana Mary Ignatius (Elizabeth Hayes), convertida del Anglicanismo, respondió a un llamado particular de Dios: abrazar de forma radical la vida evangélica. Recibió su formación inicial —según el estilo de vida penitente de San Francisco— de las Hermanas Franciscanas de Glasgow, Escocia, cuya historia se remonta a una comunidad de la mitad del siglo XV conocidas como las Hermanas Grises de la Orden de San Francisco de Comines, Francia. El 26 de noviembre de 1859, la Hermana Mary Ignatius se entregó totalmente a Cristo y, además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, hizo un cuarto voto para dedicar su vida a las misiones extranjeras. Este voto llevó a la futura fundadora a comenzar una peregrinación de Glasgow a Jamaica, a París, a Roma, a Versailles, a la isla de santo Tomás, a Boston y, por último, a Belle Prairie, en 1873.
El estudio de los eventos de estos quince años de búsqueda de la voluntad de Dios, lleva a pensar que la Providencia estaba preparando a la Hermana Mary Ignatius para la tarea que le esperaba. Purificada por las pruebas, estaba aprendiendo el anonadamiento completo, la indiferencia total ante el éxito y los honores que necesitaría como fundadora. Al igual que Cristo y San Francisco, era una peregrina que vivía en una dependencia gozosa de Dios durante el largo noviciado de sus primeros compromisos misioneros. En cada nueva fase de su camino, siguió diciendo su 'nunc coepi'. (Empecemos).
Cuando Dios llama a los seres humanos libres a entrar en alianza con él, Dios permanece fiel y entonces, en los designios de la Providencia, el tiempo era propicio para que las esperanzas y los planes de la Hermana Mary Ignatius se hiciesen realidad. Era el año 1873, el lugar era Belle Prairie, Minnesota, U.S.A., cuando nuestra rama de la Familia Franciscana conocida como Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción se convirtió en realidad en una cabaña de madera de una sola habitación. Los primeros años de guía de la joven comunidad pidieron anchura de miras y visión profunda que podían venir solo de una profunda fe y de la honda certeza de que este llamado a la misión venía de Dios y que Dios lo iba a sostener incluso a través de las más duras pruebas. En 1878, la comunidad Belle Prairie contaba con seis hermanas profesas y un pequeño y floreciente noviciado. Su éxito impulsó su espíritu misionero, haciendo que prestara atención a la población negra del Sur que, en aquel tiempo, estaba constituida por los habitantes más desfavorecidos, desposeídos y humillados de Estados Unidos. En el verano de 1879 Madre Mary Ignatius y una pequeña comunidad de nueve hermanas empezaron su servicio en la Isla de la Esperanza, diócesis de Savannah, Georgia. En obediencia al Papa, el noviciado se estableció en Roma, una acción simbólica, prueba de que nuestra misión no se limitaba a los pueblos de una raza particular o de un país particular, sino que se extendía a la Iglesia universal.
En pos del ejemplo de Madre Mary Ignatius, a lo largo de los años, nuestras Hermanas siguieron buscando la voluntad de Dios, en actitud de discernimiento orante, antes de aceptar compromisos en diversos países. En este espíritu, en 1898, cuatro años después de la muerte de la fundadora, el 6 de mayo de 1894, se inició una misión en Fayum, Egipto. Asimismo, en 1912, se abrió una misión en Montreal, Canadá; en 1930 una en Kedron, Australia. En 1933 en Irlanda, y precisamente en Bloomfield, se inauguró un centro para vocaciones al Instituto; en 1949 Australia extendió sus actividades misioneras a Papúa Nueva Guinea. En 1970 nuestras Hermanas de Estados Unidos aceptaron un nuevo reto al extender sus servicios apostólicos a Bolivia, y en 1985 a Perú. En 1991 las hermanas de Canadá respondieron a nuevos retos misioneros en África, enviando a hermanas a Chad. Más tarde empezamos una nueva misión en Sudán del Sur.
En 1964 veintiséis Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción, hijas espirituales de Madre Mary Elizabeth Lockhart, de Braintree, Inglaterra, se unificaron con nuestro Instituto, juntando así las dos comunidades cuyas fundadoras, la Madre Mary Ignatius Hayes y la Madre Mary Elizabeth Lockhart, habían estado muy unidas. De hecho, fue en la comunidad de Madre Mary Elizabeth, dirigida por el Cardinal Manning en Bayswater, Inglaterra, donde Madre Mary Ignatius tuvo su primera experiencia de vida religiosa en la Iglesia católica.
El desarrollo espiritual de nuestras Hermanas, así como su respuesta a las complejas necesidades de una Iglesia en expansión, constituyó siempre la principal preocupación del Instituto. Llamadas por el amor de Dios a seguir a San Francisco y a Madre Mary Ignatius, somos peregrinas por el camino hacia el Altísimo. Al volver continuamente nuestra mirada a Dios en Cristo, nos volvemos hacia todos los pueblos, especialmente hacia las personas pobres y rechazadas con quienes Cristo se identificó. Preocupadas con cariño las unas por las otras, viajamos juntas como personas no tienen una morada o apego permanente y estamos siempre dispuestas a acoger aquello que nos espera a lo largo de nuestro camino. Y así, en todo momento tendríamos ser capaces de decir "nunc coepi".