"Presentan Instrumentum Laboris del Sínodo"
Sebastián Sansón Ferrari - Ciudad del Vaticano
Un documento "de toda la Iglesia, no escrito en el escritorio, sino en el que todos son coautores, cada uno por la parte que está llamado a desempeñar en la Iglesia". Así describen el cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, y el cardenal Mario Grech, secretario general de la Secretaría General del Sínodo, el Instrumentum Laboris (IL) de la primera sesión de la Asamblea sobre el tema: "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión", que se celebrará en el Aula Pablo VI del Vaticano del 4 al 29 de octubre de 2023. Lo hacen en la conferencia de prensa, este martes 20 de junio, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En dicho ámbito, el padre Giacomo Costa, consultor de la Secretaría General del Sínodo, presentó la metodología de la Asamblea sinodal, y un sacerdote, una religiosa y una laica ofrecieron sus testimonios sobre la preparación de los miembros de la asamblea de octubre y el posible uso del documento por parte de los grupos locales.
Discernimiento mundial
Un texto que "no da respuestas, sino que se limita a plantear preguntas". Serán los obispos, dijo el Cardenal Hollerich, "ya que están llamados a perfeccionar el discernimiento iniciado en el proceso del sínodo mundial", quienes intentarán "dar respuestas". Y deja claro que este texto debe utilizarse con "armonía-consenso-guía del Espíritu". No tendremos que encontrar todas las respuestas, se suma Grech, pero "una Iglesia verdaderamente sinodal podrá responder a muchas de las preguntas del hombre de hoy".
Punto de llegada y de partida del "caminar juntos"
El texto "es el fruto de este proceso de escucha", explicó Grech, el punto de llegada de un "caminar juntos" que se ofrece también como punto de partida para la segunda fase del Sínodo, la de la doble Asamblea de octubre de 2023 y octubre de 2024.
El Purpurado insistió en este punto, "respondiendo a quienes temen que las conclusiones del Sínodo ya estén escritas. La mayor preocupación de la Secretaría del Sínodo y la mía personal ha sido respetar siempre lo que surgía de las etapas del proceso sinodal". Aclaró que lo hicieron ya desde el Documento Preparatorio, cuando se preguntaron "qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal". Lo hicieron -añadió- con el Documento para la Etapa Continental, cuando recogimos la voz de las Iglesias.
"Lo hacemos ahora, con el IL, que devuelve toda la escucha de la primera fase a través del discernimiento de las Asambleas Continentales. Se trata de respetar al Espíritu Santo que -lo repite a menudo el Papa Francisco- es el protagonista del proceso sinodal. ¡Pretender escribir primero las conclusiones equivaldría a blasfemar contra el Espíritu (cf. Mt 12,31)".
Ninguna voz excluida
Grech advirtió que no se encontrará "una sistematización teórica de la sinodalidad, sino el fruto de una experiencia de Iglesia, de un camino en el que todos hemos aprendido más, por el hecho de caminar juntos e interrogarnos sobre el sentido de esta experiencia". Según el Secretario General, no falta la voz de nadie: "la del Pueblo Santo de Dios; la de los Pastores, que con su participación han asegurado el discernimiento eclesial; la del Papa, que siempre nos ha acompañado, apoyado, animado a seguir adelante". "Es también -agregó- una oportunidad para que todo el pueblo de Dios continúe el camino iniciado, y una ocasión para implicar a quienes no se han implicado hasta ahora".
Una puesta a punto del proceso
Grech calificó al IL como "una semilla que puede producir muchos frutos", fruto de un camino que involucró a todos. Subrayó que el Sínodo no comienza el próximo mes de octubre; más bien, comenzó el 10 de octubre de 2021, con la celebración de apertura en San Pedro. Desde entonces, la primera fase ha consistido en una etapa en las Iglesias locales, con la consulta al Pueblo de Dios; la segunda, en las Conferencias Episcopales, con el discernimiento de los obispos sobre las aportaciones de las Iglesias locales; y la tercera, en las Asambleas Continentales, con un ulterior nivel de discernimiento en vista de la segunda fase del Sínodo.
Padre Costa: 370 miembros en el Sínodo
En su intervención, el Padre Costa recordó que la metodología de la Asamblea de octubre de 2023 está en continuidad "con la de las últimas Asambleas, con algunas variaciones". En parte debido al aumento del número de miembros de la Asamblea. Habrá unos 20 obispos más que en la última Asamblea General Ordinaria, en 2018, "dado el crecimiento del número de obispos en todo el mundo". Y aumentará el número de no obispos, tras la ampliación participativa aprobada por el Papa Francisco en abril.
Habrá unos 370 miembros de la Asamblea, excluyendo a los expertos, mientras que en 2018 hubo 267 padres sinodales, más unos 50 auditores.
A partir de las prioridades expresadas por las siete asambleas continentales, el Consultor de la Secretaría del Sínodo explica que "ha surgido el deseo de continuar utilizando para la escucha y el discernimiento en común el método de la conversación en el Espíritu, que ha marcado profundamente la fase consultiva del camino sinodal".
Un método que puede describirse como "una oración compartida con vistas a un discernimiento en común, para el que los participantes se preparan mediante la reflexión y la meditación personal". Una conversación que "es tanto más fecunda cuanto más todos los participantes se comprometen en ella con convicción, compartiendo experiencias, carismas y ministerios al servicio del Evangelio". Y que pretende alcanzar, abordando juntos también "temas controvertidos", un "consenso inclusivo, en el que cada persona pueda sentirse representada, sin descuidar los puntos de vista marginales ni desatender los puntos en los que surgen disensos, que no deben ser eliminados sino sometidos a discernimiento.
La metodología
La conversación se dividirá en tres etapas: primero, cada uno toma la palabra, a partir de su propia experiencia releída en la oración durante el tiempo de preparación. Luego, una nueva intervención será para expresar lo que le ha tocado más profundamente durante la escucha y cuando ha oído al Espíritu Santo hacer resonar su voz. Por último, se identifican los puntos clave que han surgido durante la conversación y se recogen los frutos del trabajo común, con vistas al paso a la acción.
En comparación con el pasado, habrá "algunos momentos de oración en común" y algunas celebraciones litúrgicas, "además de la oración con la que se abre y se cierra cada sesión".
El Aula Pablo VI acogerá los trabajos del Sínodo
Los trabajos de la Asamblea se estructurarán en cinco segmentos, según el desarrollo del Instrumentum Laboris, y el último segmento "se dedicará a la recogida de los frutos y a su formulación en un texto que los haga comunicables y, por lo que se refiere a las propuestas más concretas, también realizables, en el lapso de tiempo entre las dos sesiones (2023 y 2024). Las votaciones permitirán captar el consenso que tiene esta formulación".
Entre las dos sesiones "seguiremos caminando juntos en las Iglesias y entre las Iglesias", subraya el padre Costa, identificando "qué bloqueos obstaculizan el camino" y profundizando "en las cuestiones sobre las que aún no ha madurado un consenso suficiente". Una novedad logística será el lugar que acogerá la asamblea, no el Aula Nueva del Sínodo, sino el Aula Pablo VI, que es "suficientemente grande para acoger a todos los participantes", aclara Costa, "mientras que en el Aula Nueva del Sínodo apenas habría miembros y no expertos".
Costa precisó que el Aula Pablo VI se puede acondicionar con mesas en las que se pueden sentar grupos de una docena de personas, lo que agiliza la transición entre las sesiones plenarias y el trabajo en grupo y, sobre todo, facilita la dinámica de la conversación en el Espíritu.
Los testimonios
En los tres testimonios de los futuros miembros de la asamblea, Helena Jeppesen-Spuhler, de Acción Cuaresmal de Suiza, subraya que en todas las etapas del camino sinodal recorrido hasta ahora "se escuchan nuestras preocupaciones y necesidades. No somos simplemente cristianos que esperan recibir y aceptar normas y prescripciones. El modo en que los creyentes entendemos la fe cristiana en nuestro contexto específico es ahora objeto de interés. Y en los respectivos textos, en los que se han resumido los resultados de los procesos de escucha y discernimiento, se recogen realmente nuestras inquietudes". Para preparar la asamblea de octubre, se celebrará en Suiza un "presínodo" de jóvenes, y el Instrumentum laboris será debatido por organizaciones de mujeres, algunos consejos diocesanos, delegados de Praga, grupos sinodales nacionales y diocesanos, y la conferencia episcopal. Para que "los participantes en el Sínodo no se representen sólo a sí mismos".
El P. Rafael Simbine Junior, en conexión desde África, secretario general del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (Secam), representado por una hermana, se unió al anuncio de un seminario previsto para preparar a los delegados africanos para la asamblea general de octubre. Por último, la Hna. Nadia Coppa, presidenta de la Uisg, Unión Internacional de Superioras Generales, anuncia que el documento se presentará próximamente a las casi dos mil responsables de congregaciones femeninas en un webinar en línea. Del Instrumentum laboris, destaca la validez de las ideas ofrecidas por las fichas de trabajo, que "tocan diferentes e importantes perspectivas (teológica, pastoral, canónica...)".
Lea aquí el documento Instrumentum Laboris.
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO Y A SUDÁN DEL SUR
(Peregrinación ecuménica de paz a Sudán del Sur)
[31 de enero - 5 de febrero de 2023]
ENCUENTRO CON LOS OBISPOS, SACERDOTES, DIÁCONPS, CONSAGRADOS,
CONSAGRADAS Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral de Santa Teresa, Yuba
Sábado, 4 de febrero de 2023
Queridos hermanos obispos, presbíteros y diáconos,
queridos consagrados y consagradas,
queridos seminaristas, novicias, novicios y aspirantes: ¡buenos días a todos!
Desde hace tiempo tenía el deseo de encontrarme con ustedes; por eso hoy quisiera agradecer al Señor. Agradezco a Mons. Tombe Trille su saludo y a todos ustedes su presencia y su saludo. Algunos hicieron días de camino para estar hoy aquí. Llevo siempre grabados en el corazón algunos momentos que hemos vivido antes de esta visita, como la celebración en San Pedro en el 2017, durante la cual elevamos una súplica a Dios pidiendo el don de la paz; y el retiro espiritual del 2019 con los líderes políticos, que fueron invitados para que, por medio de la oración, acogieran en sus corazones la firme resolución de trabajar por la reconciliación y la fraternidad en el país. Nuestra necesidad primordial es acoger a Jesús, nuestra paz y nuestra esperanza.
En mi discurso de ayer me inspiré en el curso de las aguas del Nilo, que atraviesa vuestro país como si fuera su espina dorsal. En la Biblia, a menudo se asocia el agua a la acción de Dios creador; a la compasión que sacia nuestra sed cuando atravesamos el desierto; a la misericordia que nos purifica cuando caemos en el pantano del pecado. Él, en el Bautismo, nos ha santificado «por el baño del nuevo nacimiento y la renovación del Espíritu Santo» (Tt 3,5). Precisamente desde una perspectiva bíblica, quisiera mirar nuevamente las aguas del Nilo. Por una parte, en el lecho de este curso de agua se derraman las lágrimas de un pueblo inmerso en el sufrimiento y en el dolor, martirizado por la violencia; un pueblo que puede rezar como el salmista: «Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar» (Sal 137,1). Las aguas del gran río, en efecto, recogen el llanto desgarrado de vuestra comunidad, recogen el grito de dolor por tantas vidas destrozadas, recogen el drama de un pueblo que huye, la aflicción del corazón de las mujeres y el miedo impreso en los ojos de los niños. Se ve el miedo en los ojos de los niños. Pero, al mismo tiempo, las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y, por eso, son signo de liberación y de salvación. Moisés, de hecho, fue salvado de las aguas y, al haber conducido a los suyos por el Mar Rojo, se convirtió en instrumento de liberación, icono del auxilio de Dios que ve la opresión de sus hijos, escucha sus gritos y baja a liberarlos (cf. Ex 3,7). Contemplando la historia de Moisés, que guio al Pueblo de Dios por el desierto, preguntémonos qué significa ser ministros de Dios en una historia marcada por la guerra, el odio, la violencia y la pobreza. ¿Cómo ejercitar el ministerio en esta tierra, a lo largo de la orilla de un río bañado por tanta sangre inocente, mientras que los rostros de las personas que se nos confían están surcados por lágrimas de dolor? Esta es la pregunta. Y cuando hablo de ministerio, lo hago en sentido amplio: ministerio presbiteral, diaconal y ministerio catequístico, de enseñanza, que hacen tantos consagrados, consagradas y laicos.
Para intentar responder, quisiera concentrarme en dos actitudes de Moisés: la docilidad y la intercesión. Creo que estas dos cosas tocan nuestra vida, aquí.
Lo primero que nos impacta de la historia de Moisés es su docilidad a la iniciativa de Dios. Pero no debemos pensar que siempre haya sido así; en un primer momento pretendió llevar adelante por su cuenta el esfuerzo por combatir la injusticia y la opresión. Habiendo sido salvado por la hija del faraón en las aguas del Nilo, cuando ya había descubierto su identidad se conmovió por el sufrimiento y la humillación de sus hermanos, tanto que un día decidió hacer justicia por sí mismo, hiriendo de muerte a un egipcio que maltrataba a un hebreo. Sin embargo, después de este episodio tuvo que escapar y permanecer muchos años en el desierto. Allí experimentó una especie de desierto interior: había pensado afrontar la injusticia sólo con sus fuerzas y ahora, como consecuencia, se había convertido en un fugitivo; tenía que esconderse, vivir en soledad y experimentar el amargo significado del fracaso. Me pregunto: ¿cuál había sido el error de Moisés? Pensar que él era el centro, contando solamente con sus propias fuerzas. Pero, de ese modo, se había quedado prisionero de los peores métodos humanos, como el de responder a la violencia con más violencia.
Algo parecido nos puede pasar también en nuestra vida como sacerdotes, diáconos, religiosos y seminaristas, consagradas, consagrados, todos; en el fondo, pensamos que nosotros somos el centro, que podemos confiar —si no en teoría, al menos en la práctica— casi exclusivamente en nuestras propias habilidades; o, como Iglesia, pensamos dar respuestas a los sufrimientos y a las necesidades del pueblo con instrumentos humanos, como el dinero, la astucia, el poder. En cambio, nuestra obra viene de Dios. Él es el Señor y nosotros estamos llamados a ser dóciles instrumentos en sus manos. Moisés aprendió esto cuando, un día, Dios fue a su encuentro, apareciendo «en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza» (Ex 3,2). Moisés se dejó atraer, dio espacio al asombro, adoptó una actitud dócil para dejarse iluminar por la fascinación de ese fuego, ante el cual pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?» (v. 3). Esta es la docilidad que se necesita en nuestro ministerio: acercarnos a Dios con asombro y humildad. Hermanas y hermanos, no pierdan el asombro del encuentro con Dios. No pierdan el asombro del contacto con la Palabra de Dios. Moisés se dejó atraer y orientar por Dios. Confiemos en su Palabra antes de usar nuestras palabras, acojamos con mansedumbre su iniciativa antes de centrarnos en nuestros proyectos personales y eclesiales; pues la primacía no es nuestra, la primacía es de Dios.
Este dejarnos modelar dócilmente es lo que nos hace vivir el ministerio de manera renovada. Ante el Buen Pastor, comprendemos que no somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; que no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios. Hermanas y hermanos, entonces, hagamos como Moisés en la presencia de Dios: quitémonos las sandalias con humilde respeto (cf. v. 5), despojémonos de nuestra presunción humana, dejémonos atraer por el Señor y cultivemos el encuentro con Él en la oración; acerquémonos cada día al misterio de Dios, para que nos sorprenda, para que queme la maleza de nuestro orgullo y de nuestras ambiciones desmedidas y nos haga humildes compañeros de viaje de las personas que se nos encomiendan.
Purificado e iluminado por el fuego divino, Moisés se convierte en instrumento de salvación para sus hermanos que sufren; la docilidad a Dios lo hace capaz de interceder por ellos. Esta es la segunda actitud de la que quisiera hablarles hoy: la intercesión. Moisés hizo experiencia de un Dios compasivo, que no permanece indiferente frente al clamor de su pueblo y desciende a liberarlo. Es hermoso este descender. Dios desciende a liberarlo. Dios, por su condescendencia hacia nosotros, vino entre nosotros hasta asumir en Jesús nuestra carne, experimentar nuestra muerte y nuestros infiernos. No deja de descender para levantarnos. Quien es un experimentado de Él, está llamado a imitarlo. Eso hace Moisés, que “desciende” entre los suyos. Lo hará más veces durante el paso por el desierto. Él, en efecto, en los momentos más importantes y difíciles, sube y baja del monte de la presencia de Dios para interceder por el pueblo, es decir, para entrar en su historia y acercarlo a Dios. Hermanos y hermanas, interceder «no quiere decir simplemente “rezar por alguien”, como casi siempre pensamos. Etimológicamente significa “dar un paso al medio”, o sea, dar un paso para ponernos en medio de una situación» (C.M. Martini, Diccionario Espiritual, Madrid, 1997). A veces no se obtiene mucho, pero es necesario hacerlo; un grito de intercesión. Interceder es, por tanto, descender para ponerse en medio del pueblo, “hacerse puentes” que lo unen con Dios.
A los pastores se les pide que desarrollen precisamente este arte de “caminar en medio”. La especialidad de los pastores debe ser caminar en medio: en medio de los sufrimientos, en medio de las lágrimas, en medio del hambre de Dios y de la sed de amor de los hermanos y hermanas. Nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada —esto lo puede hacer cualquier empresa—, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia las manos por la gente. Nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y social —ese feo “hacer carrera”—, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre nosotros ministros y con los laicos. Quisiera repetir esta palabra importante: juntos. No lo olvidemos: juntos. Obispos y sacerdotes, sacerdotes y diáconos, pastores y seminaristas, ministros ordenados y religiosos, siempre en el respeto de la maravillosa especificidad de la vida religiosa. Tratemos de vencer entre nosotros la tentación del individualismo, de los intereses de parte. Es muy triste cuando los pastores no son capaces de comunión, ni logran colaborar entre ellos, ¡incluso se ignoran! Cultivemos el respeto recíproco, la cercanía, la colaboración concreta. Si eso no sucede entre nosotros, ¿cómo podemos predicarlo a los demás?
Volvamos a Moisés y, para profundizar en el arte de la intercesión, miremos sus manos. A este respecto, la Escritura nos ofrece tres imágenes: Moisés con el bastón en sus manos, Moisés con las manos extendidas y Moisés con las manos alzadas al cielo.
La primera imagen, la de Moisés con el bastón en sus manos, nos dice que él intercede con la profecía. Con ese bastón realizará prodigios, signos de la presencia y del poder de Dios, en cuyo nombre está hablando, denunciando a voz en grito el mal que sufre el pueblo y pidiendo al faraón que lo deje partir. Hermanos y hermanas, para interceder en favor de nuestro pueblo, también nosotros estamos llamados a alzar la voz contra la injusticia y la prevaricación, que aplastan a la gente y utilizan la violencia para sacar adelante sus negocios a la sombra de los conflictos. Si queremos ser pastores que interceden, no podemos permanecer neutrales frente al dolor provocado por las injusticias y las agresiones porque, allí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales, se ofende al mismo Cristo. Me alegró escuchar en el testimonio del Padre Luka que la Iglesia no deja de llevar adelante un ministerio que es al mismo tiempo profético y pastoral. ¡Gracias! Gracias porque, si hay una tentación de la que tenemos que cuidarnos, es la de dejar las cosas como están y no interesarnos por las situaciones a causa del miedo a perder privilegios y conveniencias.
Segunda imagen: Moisés con las manos extendidas. Él, dice la Escritura, «extendió su mano sobre el mar» (Ex 14,21). Sus manos extendidas son el signo de que Dios está a punto de obrar. Más tarde, Moisés sostendrá entre sus manos las tablas de la Ley (cf. Ex 34,29) para mostrarlas al pueblo; sus manos extendidas indican la cercanía de Dios que está obrando y que acompaña a su pueblo. Para liberar del mal no es suficiente la profecía; es necesario extender los brazos hacia los hermanos y hermanas, apoyar su camino. Acariciar el rebaño de Dios. Podemos imaginar a Moisés que indica el recorrido y estrecha las manos de los suyos para animarlos a seguir adelante. Durante cuarenta años, como anciano, permanece junto a los suyos; esta es la cercanía. Y no fue una tarea fácil; a menudo tuvo que alentar a un pueblo abatido y cansado, hambriento y sediento, a veces también caprichoso, que se dejaba arrastrar por la murmuración y la pereza. Y para ejercitar esa tarea también tuvo que luchar consigo mismo, porque, en algunas ocasiones, vivió momentos de oscuridad y desolación, como aquella vez que le dijo al Señor: «¿Por qué tratas tan duramente a tu servidor? ¿Por qué no has tenido compasión de mí, y me has cargado con el peso de todo este pueblo? [...] Yo solo no puedo soportar el peso de todo este pueblo: mis fuerzas no dan para tanto» (Nm 11,11.14). Mira la oración de Moisés: está cansado. Sin embargo, Moisés no se retiró; siempre cerca de Dios, nunca se alejó de los suyos. También nosotros tenemos esta tarea: extender las manos, levantar a los hermanos, recordarles que Dios es fiel a sus promesas, exhortarlos a seguir adelante. Nuestras manos han sido “ungidas por el Espíritu” no sólo para los ritos sagrados, sino para alentar, ayudar, acompañar a las personas a salir de aquello que las paraliza, las encierra y las vuelve temerosas.
Por último —tercera imagen— las manos alzadas al cielo. Cuando el pueblo cayó en el pecado y se construyó un becerro de oro, Moisés subió de nuevo al monte —¡pensemos cuánta paciencia!— y pronunció una oración que es una auténtica lucha con Dios para que no abandone a Israel. Llegó a decir: «Este pueblo ha cometido un gran pecado, ya que se han fabricado un dios de oro. ¡Si tú quisieras perdonarlo, a pesar de esto…! Y si no, bórrame por favor del Libro que tú has escrito» (Ex 32,31-32). Se pone del lado del pueblo hasta el final, alza la mano en su favor. No piensa en salvarse solo, no vende al pueblo por sus propios intereses. Intercede. Moisés intercede, Moisés lucha con Dios; mantiene los brazos alzados en oración, mientras que sus hermanos combaten en el valle (cf. Ex 17,8-16). Sostener con la oración ante Dios las luchas del pueblo, atraer el perdón, administrar la reconciliación como canales de la misericordia de Dios que perdona los pecados; esa es nuestra tarea como intercesores.
Queridos hermanos y hermanas, estas manos proféticas, extendidas y alzadas cuestan trabajo, no es fácil. Ser profetas, acompañantes, intercesores, mostrar con la vida el misterio de la cercanía de Dios a su Pueblo puede requerir dar la propia vida. Muchos sacerdotes, religiosas y religiosos —como nos ha dicho sor Regina de sus hermanas— fueron víctimas de agresiones y atentados donde perdieron la vida. En realidad, su existencia la ofrecieron por la causa del Evangelio y su cercanía a los hermanos y hermanas nos dejan un testimonio maravilloso que nos invita a proseguir su camino. Podemos recordar a san Daniel Comboni, que con sus hermanos misioneros realizó en esta tierra una gran labor evangelizadora. Él decía que el misionero debía estar dispuesto a todo por Cristo y por el Evangelio, y que se necesitaban almas audaces y generosas que supieran sufrir y morir por África.
Pues bien, yo quisiera agradecerles por lo que hacen en medio de tantas pruebas y fatigas. Gracias, en nombre de toda la Iglesia, por su entrega, su valentía, sus sacrificios y su paciencia. ¡Gracias! Les deseo, queridos hermanos y hermanas, que sean siempre pastores y testigos generosos, cuyas armas son sólo la oración y la caridad; pastores testigos, que se dejan sorprender dócilmente por la gracia de Dios y son instrumentos de salvación para los demás; pastores y profetas de cercanía que acompañan al pueblo, intercesores con los brazos alzados. Que la Virgen Santa los cuide. En este momento, pensemos en silencio en estos hermanos y hermanas nuestros que han dado la vida aquí, en el ministerio pastoral, y demos gracias al Señor porque ha estado cerca. Demos gracias al Señor por su cercanía martirial. Recemos en silencio.
Gracias por sus testimonios. Y si tienen un poquito de tiempo, recen por mí. Gracias.
En la mañana del martes 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís, se realizó en la Sala Stampa del Vaticano una conferencia de prensa sobre el estreno de La Carta, la película cuenta la historia de los viajes de diversos líderes de primera línea a Roma para discutir la encíclica Laudato Si’ con el Papa Francisco.
Estuvieron presentes el cardenal Michael Czerny, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; el Dr. Hoesung Lee, Presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático; el cacique Odair «Dadá» Borari, protagonista de la película y Jefe General del Territorio Indígena Maró, en Pará, Brasil; la Dra. Lorna Gold, Presidenta de la Junta Directiva del Movimiento Laudato Si’; y Nicolas Brown, escritor y director de La Carta, presentados por Matteo Bruni, Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
El Card. Michael Czerny dijo: «El gran tesoro de la sabiduría de Laudato Si’ tiene que ser mucho más profundamente conocido y efectivamente puesto en práctica”, haciendo referencia a que, luego de siete años del lanzamiento de la encíclica, su mensaje aún no es conocido y la crisis medioambiental de nuestra casa común ha empeorado drásticamente.
El cardenal explicó el significado del título de la película: «Nuestro Dicasterio envió una carta a los protagonistas de la película invitándoles a reunirse con el Santo Padre para dialogar con él. Así pues, la película ‘La carta’ pone de relieve el concepto clave del diálogo”. Pero añadió: “Para que este diálogo sea auténtico, todas las voces deben ser escuchadas”.
“Esta hermosa película -una historia desgarradora y a la vez esperanzadora- es un grito de guerra para la gente de todo el mundo: ¡despierten, pónganse serios, actúen juntos, actúen ahora!”, concluyó Czerny.
El Presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, Dr. Hoesung Lee, comenzó diciendo: «Hoy es un día especial para aliar la ciencia con la fe”, porque, además de celebrar el estreno de La Carta, “la Santa Sede se unió oficialmente al Acuerdo de París sobre el cambio climático, que entra en vigor hoy”.
“La humanidad está en una encrucijada”, indicó. “Tanto la comunidad científica como la religiosa lo tienen claro: el planeta está en crisis y sus sistemas de apoyo a la vida están en peligro. Lo que está en juego nunca ha sido tan importante. Que el mundo reciba esta «Carta» con el corazón y la mente abiertos”.
Por su parte, el director de La Carta, Nicolas Brown, agradeció a sus colegas y a todos los que participaron de la película, en particular a las cuatro voces que participaron en la película: “Estas voces están en las líneas del frente, y son las más experimentadas para contarnos la realidad de lo que está sucediendo en relación a la crisis climática”, desde una perspectiva diferente que la comunidad científica.
A continuación, habló uno de los protagonistas de la película, el cacique Odair «Dadá» Borari. “Estoy aquí una vez más para hablar en nombre del bosque y la población indigena. Nosotros no queremos ver el bosque amazónico acabado, porque la vida está en él”. El cacique afirmó sufrir en su propia piel las consecuencias por defender al Amazonas y pidió que los presidentes escuchen este mensaje: “El bosque está pidiendo socorro, y para mantenerla siempre viva no depende solo de los indígenas sino de todos, principalmente de los gobernantes. Vamos a unirnos para protegerla”.
Al ser interrogado por su expectativa sobre las elecciones en Brasil, indicó: “Esperamos que el nuevo presidente piense en la Amazonia y en nuevas políticas para el desarrollo de Brasil”.
En voz del Movimiento Laudato Si’ y también participante en la película, la Dra. Lorna Gold, explicó que “la esencia de esta película es llevar este maravilloso libro a nuevas audiencias”, respondiendo a la intención del Papa Francisco al escribir Laudato Si’. “Pero sabemos que no todas las personas lo han leído, entonces ¿cómo llegar a ellos? Así llegó a nosotros la idea de hacer una película documental”.
“Cuando le pedimos a Nicolas que nos ayude a hacer una película sobre Laudato Si’, él nos dijo: “Pero… no hay trama”. Por eso, Gold destacó el trabajó de Off the Fence para contar esta historia: “El único modo de contar la historia de Laudato Si’ es meternos dentro de ella. Esta es una película sobre el diálogo entre varias voces y cómo actuar juntos por la casa común”.
“No es una coincidencia que esta película se lance en la fiesta de San Francisco de Asís. La película los llama a todos a cambiar nuestro corazón y este es el principal mensaje: necesitamos desarrollar la capacidad de cuidarnos entre nosotros”.
“¿Cómo superar la ‘resistencia’ en nuestras comunidades para llevar el correcto mensaje de Laudato Si’?”, preguntó un periodista al panel. “El Movimiento Laudato Si’ tiene como aliadas a más de 900 organizaciones que nos ayudan a llevar el mensaje”, dijo Lorna Gold. Y el Card. Czerny añadió: “La clave es la conversión del corazón, y tengo mucha esperanza en ello”.
MIRA: La película completa hoy en YouTube Originals
Sobre La Carta: La película está producida por los productores ganadores del Oscar, Off the Fence (My Octopus Teacher) y explora temas como los derechos de los indígenas, la migración climática y el liderazgo de los jóvenes en el contexto de la acción sobre el clima y la naturaleza. Lo que más destaca al filme es el diálogo exclusivo que tienen los protagonistas con el Papa Francisco.
Source: https://laudatosimovement.org/
Del 22 al 24 de septiembre, estudiosos de la economía, emprendedores y agentes de cambio de más de 100 países del mundo se reunieron en Asís para el evento La economía de Francisco.
El evento del 20 de septiembre representó el primer encuentro presencial de jóvenes convocados por el Papa Francisco para dar un alma a la economía. En el encuentro participaron jóvenes que han estado trabajando activamente en estos últimos meses, junto con nuevos jóvenes, que tienen el deseo de contribuir a una nueva temporada de pensamiento y práctica económica.
El Papa Francisco llama a los jóvenes de la Economía Franciscana a trabajar por la sostenibilidad social, relacional y espiritual, y a reconocer el grito de los pobres y el grito del planeta.
ADDRESS OF HIS HOLYNESS POPE FRANCIS
Queridos y queridas jóvenes, ¡buenos días! Os saludo a todos vosotros que habéis venido, que habéis tenido la posibilidad de estar aquí, pero también quisiera saludar a todos aquellos que no han podido llegar aquí, que se han quedado en casa: ¡un recuerdo a todos! Estamos unidos, todos: ellos desde su lugar, nosotros aquí.
Llevo más de tres años esperando este momento, desde que, el 1 de mayo de 2019, os escribí la carta que os ha llamado y después os ha traído aquí a Asís. Para muchos de vosotros —acabamos de escucharlo— el encuentro con la Economía de Francisco ha despertado algo que ya teníais dentro. Ya estabais ocupados creando una nueva economía; esa carta os unió, os dio un horizonte más amplio, os hizo sentir parte de una comunidad mundial de jóvenes que tenían vuestra misma vocación. Y cuando un joven ve en otro joven su misma llamada, y después esta experiencia se repite con cientos, miles de otros jóvenes, entonces se convierten en grandes cosas posibles, incluso tratar de cambiar un sistema enorme, un sistema complejo como la economía mundial. Es más, hoy hablar de economía casi parece algo viejo: hoy se habla de finanza, y la finanza es algo aguado, una cosa gaseosa, no se puede coger. Una vez, una buena economista a nivel mundial me dijo que ella hizo una experiencia de encuentro entre economía, humanismo y religión. Y ese encuentro fue bien. Quiso hacer lo mismo con la finanza y no lo logró. Estad atentos a esta característica gaseosa de las finanzas: vosotros tenéis que retomar la actividad económica desde las raíces, desde las raíces humanas, tal como fueron hechas. Vosotros jóvenes, con la ayuda de Dios, lo sabéis hacer, lo podéis hacer; los jóvenes han hecho muchas cosas otras veces a lo largo de la historia.
Estáis viviendo vuestra juventud en una época que no es fácil: la crisis ambiental, después la pandemia y ahora la guerra en Ucrania y las otras guerras que siguen desde hace años en varios países, están marcando nuestra vida. Nuestra generación os ha dejado en herencia muchas riquezas, pero no hemos sabido custodiar el planeta y no estamos custodiando la paz. Cuando vosotros escucháis que los pescadores de San Benedetto del Tronto en un año han sacado del mar 12 toneladas de basura y plásticos y cosas así, veis como no sabemos custodiar el ambiente. Y como consecuencia no custodiamos tampoco la paz. Vosotros estáis llamados a convertirnos en artesanos y constructores de la casa común, una casa común que “está yendo a la ruina”. Digámoslo: es así. Una nueva economía, inspirada en Francisco de Asís, hoy puede y debe ser una economía amiga de la tierra, una economía de paz. Se trata de transformar una economía que mata (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53) en una economía de la vida, en todas sus dimensiones. Llegar a ese “buen vivir”, que no es la dolce vita o pasarlo bien, no. El buen vivir es esa mística que los pueblos aborígenes nos enseñan a tener en relación con la tierra.
Aprecio vuestra elección de modelar este encuentro de Asís sobre la profecía. Me ha gustado lo que habéis dicho sobre las profecías. La vida de Francisco de Asís, después de su conversión, fue una profecía, que sigue también en nuestro tiempo. En la Biblia la profecía tiene mucho que ver con los jóvenes. Samuel cuando fue llamado era un niño, Jeremías y Ezequiel eran jóvenes; Daniel era un muchacho cuando profetizó la inocencia de Susana y la salvó de la muerte (cf. Dn 13,45-50); y el profeta Joel anuncia al pueblo que Dios derramará su Espíritu y «vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán» (3,1). Según las Escrituras, los jóvenes son portadores de un espíritu de ciencia y de inteligencia. Fue el joven David quien humilló la arrogancia del gigante Goliat (cf. 1 Sam 17,49-51). En efecto, cuando a la comunidad civil y a las empresas les faltan las capacidades de los jóvenes es toda la sociedad la que marchita, se apaga la vida de todos. Falta creatividad, falta optimismo, falta entusiasmo, falta la valentía para arriesgar. Una sociedad y una economía sin jóvenes son tristes, pesimistas, cínicas. Si vosotros queréis ver esto, id a esas universidades ultra-especializadas en economía liberal, y mirad la cara de los jóvenes y de las jóvenes que estudian allí. Pero gracias a Dios vosotros estáis: no solo estaréis mañana, estáis hoy; vosotros no sois solamente el “no todavía”, sois también el “ya”, sois el presente.
Una economía que se deja inspirar por la dimensión profética se expresa hoy en una visión nueva del medioambiente y de la tierra. Tenemos que ir hacia esta armonía con el medioambiente, con la tierra. Son muchas las personas, las empresas y las instituciones que están trabajando en una conversión ecológica. Es necesario ir adelante por este camino, y hacer más. Este “más” vosotros lo estáis haciendo y lo estáis pidiendo a todos. No basta con hacer el maquillaje, es necesario cuestionar el modelo de desarrollo. La situación es tal que no podemos solamente esperar la próxima cumbre internacional, que puede no servir: la tierra se quema hoy, y es hoy que debemos cambiar, a todos los niveles. En este último año vosotros habéis trabajado sobre la economía de las plantas, un tema innovador. Habéis visto que el paradigma vegetal contiene un enfoque diferente de la tierra y el medioambiente. Las plantas saben cooperar con todo el ambiente circunstante, y también cuando compiten, en realidad están cooperando por el bien del ecosistema. Aprendamos de la mansedumbre de las plantas: su humildad y su silencio pueden ofrecernos un estilo diferente que necesitamos urgentemente. Porque, si hablamos de transición ecológica, pero permanecemos dentro del paradigma económico del siglo XX, que ha saqueado los recursos naturales y la tierra, las maniobras que adoptaremos seguirán siendo insuficientes o enfermas en las raíces. La Biblia está llena de árboles y de plantas, desde el árbol de la vida hasta el grano de mostaza. Y san Francisco nos ayuda con su fraternidad cósmica con todas las criaturas vivientes. Nosotros, los hombres, en estos últimos dos siglos, hemos crecido a expensas de la tierra. ¡Ella ha pagado la cuenta! A menudo la hemos saqueado para aumentar nuestro bienestar, y ni siquiera el bienestar de todos, sino de un grupito. Este es el tiempo de una nueva valentía en el abandono de las fuentes de energía fósil, de acelerar el desarrollo de fuentes a impacto cero o positivo.
Y después debemos aceptar el principio ético universal —aunque no gusta— que los daños deben ser reparados. Este es un principio ético, universal: los daños deben ser reparados. Si hemos crecido abusando del planeta y de la atmósfera, hoy tenemos que aprender a hacer también sacrificios en los estilos de vida aún insostenibles. De lo contrario, serán nuestros hijos y nuestros nietos los que paguen la cuenta, una cuenta que será demasiado alta y demasiado injusta. Escuché a un científico muy importante a nivel mundial, hace seis meses, que dijo: “Ayer nació una nieta mía. Si seguimos así, pobrecilla, dentro de treinta años tendrá que vivir en un mundo inhabitable”. Serán los hijos y los nietos los que paguen la cuenta, una cuenta que será demasiado alta y demasiado injusta. Es necesario un cambio rápido y decidido. Esto lo digo de verdad: ¡cuento con vosotros! ¡Por favor, no nos dejéis tranquilos, dadnos el ejemplo! Y yo os digo la verdad: para vivir en este camino es necesario coraje y a veces es necesario alguna pizca de heroicidad. Escuché, en un encuentro, a un chico, de 25 años, que acababa de salir como ingeniero de alto nivel, y que no encontraba trabajo; al final lo encontró en una industria que no sabía bien qué era; cuando supo qué tenía que hacer —él sin trabajo y en condiciones de trabajar— lo rechazó, porque se fabricaban armas. Estos son los héroes de hoy, estos.
La sostenibilidad, además, es una palabra de varias dimensiones. Además de la medioambiental están también la dimensión social, relacional y espiritual. La social empieza lentamente a ser reconocida: nos estamos dando cuenta de que el grito de los pobres y el grito de la tierra son el mismo grito (cf. Enc. Laudato si’, 49). Por tanto, cuando trabajamos para la transformación ecológica, debemos tener presente los efectos que algunas elecciones ambientales producen sobre la pobreza. No todas las soluciones medioambientales tienen los mismos efectos sobre los pobres, y por tanto deben preferirse las que reducen la miseria y las desigualdades. Mientras tratamos de salvar el planeta, no podemos descuidar al hombre y a la mujer que sufren. La contaminación que mata no es solo la del dióxido de carbono, también la desigualdad contamina mortalmente nuestro planeta. No podemos permitir que las nuevas calamidades ambientales cancelen de la opinión pública las antiguas y siempre actuales calamidades de la injusticia social, también de las injusticias políticas. Pensemos, por ejemplo, en una injusticia política; el pobre pueblo martirizado de los rohinyás que vaga de un lado a otro porque no puede vivir en la propia patria: una injusticia política.
Después está una insostenibilidad de nuestras relaciones: en muchos países las relaciones de las personas se están empobreciendo. Sobre todo en Occidente, las comunidades se vuelven cada vez más frágiles y fragmentadas. La familia, en algunas regiones del mundo, sufre una grave crisis, y con ella la acogida y la custodia de la vida. El consumismo actual trata de llenar el vacío de las relaciones humanas con mercancías cada vez más sofisticadas —¡las soledades son un gran negocio de nuestro tiempo! —, pero así genera una carestía de felicidad. Y esto es algo malo. Pensad en el invierno demográfico, por ejemplo, como está relacionado con todo esto. El invierno demográfico donde todos los países están disminuyendo gradualmente, porque no se tienen hijos, sino que cuenta más tener una relación afectiva con los perros, con los gatos e ir adelante así. Es necesario volver a procrear. Pero también en esta línea del invierno demográfico está la esclavitud de la mujer: una mujer que no puede ser madre porque apenas le empieza a crecer la tripa, la despiden; a las mujeres embarazadas no siempre se les consiente trabajar.
Finalmente hay una insostenibilidad espiritual de nuestro capitalismo. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, antes de ser un buscador de bienes es un buscador de sentido. Todos nosotros somos buscadores de sentido. Es por esto por lo que el primer capital de toda sociedad es el espiritual, porque es el que nos da las razones para levantarnos cada día e ir al trabajo, y genera esa alegría de vivir necesaria también en la economía. Nuestro mundo está consumiendo rápidamente esta forma esencial de capital acumulada a lo largo de los siglos por las religiones, las tradiciones sapienciales, la piedad popular. Y así, sufren sobre todo los jóvenes por esta falta de sentido: a menudo frente al dolor y las incertidumbres de la vida se encuentran con un alma empobrecida de recursos espirituales para procesar sufrimientos, frustraciones, desilusiones y luchas. Mirad cómo ha subido el porcentaje de suicidios juveniles: y no los publican todos, esconden la cifra. La fragilidad de muchos jóvenes deriva de la carencia de este precioso capital espiritual —yo digo: ¿vosotros tenéis un capital espiritual? Que cada uno se responda dentro—, un capital invisible pero más real que los capitales financieros o tecnológicos. Hay una urgente necesidad de reconstruir este patrimonio espiritual esencial. La técnica puede hacer mucho; nos enseña el “qué” y el “cómo” hacer: pero no nos dice el “por qué”; y así nuestras acciones se vuelven estériles y no llenan la vida, ni siquiera la vida económica.
Encontrándome en la ciudad de Francisco, no puedo no detenerme sobre la pobreza. Hacer economía inspirándose en él significa comprometerse a poner en el centro a los pobres. A partir de ellos mirar la economía, a partir de ellos mirar al mundo. Sin la estima, el cuidado, el amor por los pobres, por cada persona pobre, por cada persona frágil y vulnerable, desde el concebido en el vientre materno a la persona enferma y con discapacidad, al anciano en dificultad, no hay “Economía de Francisco”. Diría más: una economía de Francisco no puede limitarse a trabajar por y con los pobres. Hasta cuando nuestro sistema produzca descartes y nosotros trabajemos según este sistema, seremos cómplices de una economía que mata. Preguntémonos entonces: ¿estamos haciendo lo suficiente por cambiar esta economía, o nos conformamos con pintar una pared cambiando color, sin cambiar la estructura de la casa? No se trata de dar pinceladas de pintura, no: es necesario cambiar la estructura. Quizá la respuesta no es cuánto podemos hacer, sino cómo logramos abrir nuevos caminos para que los mismos pobres puedan convertirse en los protagonistas del cambio. En este sentido hay experiencias muy grandes, muy desarrolladas en India y en Filipinas.
San Francisco amó no solo a los pobres, amó también la pobreza. Esa forma de vivir austera, digamos así. Francisco iba donde los leprosos no solo para ayudarlos, iba porque quería hacerse pobre como ellos. Siguiendo a Jesucristo, se despojó de todo para ser pobre con los pobres. Pues bien, la primera economía de mercado nació en el siglo XIII en Europa en contacto cotidiano con los frailes franciscanos, que eran amigos de esos primeros comerciantes. Esa economía creaba riqueza, ciertamente, pero no despreciaba la pobreza. Crear riqueza sin despreciar la pobreza. Nuestro capitalismo, sin embargo, quiere ayudar a los pobres, pero no les estima, no entiende la bienaventuranza paradójica: “bienaventurados los pobres” (cf. Lc 6,20). Nosotros no debemos amar la miseria, es más debemos combatirla, sobre todo creando trabajo, trabajo digno. Pero el Evangelio nos dice que sin estimar a los pobres no se puede combatir ninguna miseria. Y es, sin embargo, desde aquí de donde debemos empezar, también vosotros empresarios y economistas: habitando estas paradojas evangélicas de Francisco. Cuando yo hablo con la gente o confieso, yo pregunto siempre: “¿Usted da limosna a los pobres?” — “¡Sí, sí, sí!” — “Y cuando usted da la limosna al pobre, ¿le mira a los ojos? — “Eh, no lo sé…” — “Y cuando tú das la limosna, ¿tú tiras la moneda o tocas la mano del pobre?”. No miran a los ojos y no tocan; y esto es alejarse del espíritu de la pobreza, alejarse de la verdadera realidad de los pobres, alejarse de la humanidad que debe tener toda relación humana. Alguno me dirá: “Papa, es tarde, ¿cuándo terminas?”: termino ahora.
Y a la luz de esta reflexión, quisiera dejaros tres indicaciones de camino para ir adelante.
La primera: mirar al mundo con los ojos de los más pobres. El movimiento franciscano ha sabido inventar en la Edad Media las primeras teorías económicas e incluso los primeros bancos solidarios (los Montes de Piedad), porque miraba al mundo con los ojos de los más pobres. También vosotros mejoraréis la economía si miráis las cosas desde la perspectiva de las víctimas y de los descartados. Pero para tener los ojos de los pobres y de las víctimas es necesario conocerlos, es necesario ser sus amigos. Y, creedme, si os hacéis amigos de los pobres, si compartís su vida, compartiréis también algo del Reino de Dios, porque Jesús dijo que de ellos es el Reino de los cielos, y por eso son bienaventurados (cf. Lc 6,20). Y lo repito: que vuestras decisiones cotidianas no produzcan descartes.
La segunda: vosotros sois sobre todo estudiantes, estudiosos y empresarios, pero no os olvidéis del trabajo, no os olvidéis de los trabajadores. El trabajo de las manos. El trabajo ya es el desafío de nuestro tiempo, y será aún más el desafío de mañana. Sin trabajo digno y bien remunerado los jóvenes no se convierten verdaderamente en adultos, las desigualdades aumentan. A veces se puede sobrevivir sin trabajo, pero no se vive bien. Por eso, mientras creáis bienes y servicios, no os olvidéis de crear trabajo, buen trabajo y trabajo para todos.
La tercera indicación es: encarnación. En los momentos cruciales de la historia, quien ha sabido dejar una buena huella lo ha hecho porque ha traducido los ideales, los deseos, los valores en obras concretas. Es decir, los ha encarnado. Además de escribir y hacer congresos, estos hombres y mujeres han dado vida a escuelas y universidades, a bancos, a sindicatos, a cooperativas, a instituciones. El mundo de la economía lo cambiaréis si junto al corazón y a la cabeza usáis también las manos. Los tres lenguajes. Se piensa: la cabeza, el lenguaje del pensamiento, pero no solo, unido al lenguaje del sentimiento, del corazón. Y no solo: unido al lenguaje de las manos. Y tú debes hacer lo que sientes y piensas, sentir lo que haces y pensar lo que sientes y haces. Esta es la unión de los tres lenguajes. Las ideas son necesarias, nos atraen sobre todo cuando somos jóvenes, pero pueden transformarse en trampas si no se convierten en “carne”, es decir concreción, compromiso cotidiano: los tres lenguajes. Las ideas solas se enferman y nosotros terminaremos en órbita, todos, si son solo ideas. Las ideas son necesarias, pero se tienen que convertir en “carne”. La Iglesia siempre ha rechazado la tentación gnóstica —gnosis, solo la idea—, que piensa cambiar el mundo solo con un conocimiento diferente, sin la fatiga de la carne. Las obras son menos “luminosas” que las grandes ideas, porque son concretas, particulares, limitadas, con luz y sombra juntas, pero fecundan día tras día la tierra: la realidad es superior a la idea (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 233). Queridos jóvenes, la realidad siempre es superior a la idea: estad atentos a esto.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por vuestro compromiso: gracias. Seguid adelante, con la inspiración y la intercesión de san Francisco. Y yo —si estáis de acuerdo— quisiera concluir con una oración. Yo la leo y vosotros con el corazón la seguís.
Padre, Te pedimos perdón por haber herido gravemente la tierra, por no haber respetado las culturas indígenas, por no haber estimado y amado a los más pobres, por haber creado riqueza sin comunión. Dios viviente, que con tu Espíritu has inspirado el corazón, los brazos y la mente de estos jóvenes y les ha hecho partir hacia una tierra prometida, mira con benevolencia su generosidad, su amor, sus ganas de gastar la vida por un ideal grande. Bendíceles, Padre, en sus empresas, en sus estudios, en sus sueños; acompáñales en las dificultades y en los sufrimientos, ayúdales a transformarlos en virtud y en sabiduría. Apoya sus deseos de bien y de vida, apóyales en sus decepciones frente a los malos ejemplos, haz que no se desanimen y sigan en el camino. Tú, cuyo Hijo unigénito se hizo carpintero, dónales la alegría de transformar el mundo con el amor, con el ingenio y con las manos. Amén.
Y muchas gracias.
Papa Francisco
Nuevo equipo de liderazgo general 2021-2026 La pandemia de COVID-19 paralizó el mundo. Los miembros de nuestro nuevo equipo de liderazgo general 2021-2026 son, de izquierda a derecha
|